"Lady Ann" es una chica de quince años que vive en el ala psiquiátrica de un hospital. Hace dos meses que intentó suicidarse. Sus médicos llevan semanas insistiéndola en que debe tomarse los antidepresivos, y escribir en un pequeño cuaderno todo lo que siente, pero ella no quiere. Cierto día, conoce a una chica y a su hermano pequeño. Ella esta ingresada una planta más abajo, en la de trastornos alimenticios, y su hermano va a verla todos los días. Tras eso, decide que es buena idea escribir en el cuaderno, pero no lo que siente, si no escribir su vida, contar su historia, mostrando el mundo tal y como ella lo ve."
Bueno, pues esa sería la sinopsis, básicamente. Tampoco os impacientéis ni nada, es probable que no lo termine hasta dentro de un mes o así, y a menos que me lo publiquen, no creo que salga a la luz. Os dejo el microrrelato.
La niebla matutina descendía con lentitud por la
ladera, impidiendo que el sol rozase con sus rayos el suelo. El frío se colaba
por todos los rincones de la ciudad, especialmente en el puerto que bordeaba la
pequeña costa del Mar Frío de Glesisus, que daba nombre a aquel lugar. Los
habitantes, comerciantes y viajeros que pasaban por las calles adoquinadas,
llenas de edificios, llevaban ya una semana sin ver la luz del día, y lo que
era aún peor: sin ver la nieve. Era raro que la nieve no cayese cada día desde
el cielo, y aún más en el invierno. Sam no recordaba la ciudad sin nieve, es
más, nunca nadie la había visto tan seca y grisácea. Era como si el verano
hubiese llegado, salvo porque en verano también estaba todo inundado de aquel
místico polvo blanco que les había caracterizado desde que la historia existía.
Sin nieve, la ciudad iba a perder todo su esplendor y su magia, y los Jefes de
la Mazmorra iban a morir, yéndose todo a pique. ¿Qué era lo que estaba
sucediendo? ¿Por qué el clima había cambiado de pronto? El cielo se oscureció
por un manto de nubes negras en ese instante, y un joven encapuchado puso sus
pies en la puerta norte de la ciudad. Miró a un lado y a otro de la muralla, y,
si se le hubiese visto la cara, se habría podido observar una sonrisa lobuna.
Un trueno rompió el silencio, y el brillo de un relámpago deslumbró en la
niebla, dejándolo todo morado durante unas decimas de segundo. La gente miró al
cielo, pero apenas lograron ver los tejados de las casas y el final de los
edificios que se extendían ante ellos. El mundo estaba oscuro, y el mal se
cernía poco a poco sobre él.
¡Pasad un buen día, patatas!
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