Capitulo
1.
––Así que te
llaman Soul o S por el nombre de tu grupo––dijo ella rompiendo el
silencio en el que llevaban sumergidas desde que habían salido de La
Balada Triste, mientras caminaban por la calle, sin destino previo.
Habían salido para poder hablar y para dar un paseo, tras pedirle a
Dani que cantase él las pocas canciones que quedaban por tocar
aquella noche.
––Si,
pero en realidad me llamo Alexandra. Aunque tu puedes llamarme
como quieras––la miro a los ojos
y tras unos segundos de seriedad, ambas rieron, como si acabase de
contar un chiste.––¿Tu como te llamas?––la chica de sonrisa
tierna que tan bien le hacía sentir agachó la cabeza intentando que
no viese que se había sonrojado, como si decirle su nombre le diese
vergüenza.
––Mar...––dijo
en un susurro, y la miró, esperando su reacción. Sonrio al ver que
no se reía, que no bromeaba, que simplemente la miraba, con los ojos
chispeantes de emoción, y es que el simple hecho de saber su nombre
la hacía sentir como si hubiese recibido un millon de euros en la
lotería.
––Es
un nombre precioso––le contestó mientras se sumergía en sus
pensamientos. Le pegaba. Aquél nombre sin duda le pegaba. Le
recordaba al océano: precioso, lleno de misterios fascinantes. Ambas
cosas le hacían perder la cabeza. El océano siempre le había
gustado, cuando era pequeña su tío la llevaba siempre en su barco,
y la habían enseñado a hacer surf. Pero también lo respetaba,
sabía que podía ser peligroso, que en cualquier momento podía
terminar con tu vida. Y así se sentía con ella. Le fascinaba y le
encantaba, le parecía preciosa y alucinante, y hacía que su corazón
se desbocase, pero sabía que solo un movimiento en falso podría
alejarla para siempre, y que eso dolería demasiado.––Te pega.
Ambas
se quedaron en silencio, continuando con el paseo, y al contrario de
lo que le sucedía a S con la mayoría de gente, no era un silencio
incomodo. Era un silencio tierno. De vez en cuando miraba a Mar de
reojo, y esta apartaba la mirada rápidamente, fingiendo que no
estaba mirándola ella primero, como si le diese miedo que lo
supiese. En un momento determinado, se apartó el pelo negro rizado
de la cara, con un gesto de la mano automático, y le pareció de
nuevo el ser más bonito del mundo. No podía dejar de sonreír desde
que la había visto entrar por la puerta, hasta el punto de que
empezaban a adormilarsele las mejillas. Por su mente rondaban cientos
de preguntas. ¿Se sentiría ella igual? ¿No le estaría pareciendo
incómodo el silencio? ¿Estaría dispuesta a volver a quedar con
ella? Tenía miedo de hacer un mal movimiento, se sentía como en un
tablero de ajedrez, tenía que decir sus palabras con cuidado, como
si fuesen sus fichas, para ganar la partida y que ella quisiese
volver a verla, pero a la vez... a la vez sentía que podía decir lo
que fuese, que no iba a molestarla, que podía ser ella misma al
completo. Era tan confuso y contradictorio.
––¿Te
gusta Smash Motuh?––Sacó el móvil y abrió la lista de música
de su tarjeta SD, y deslizó el dedo por la pantalla táctil en busca
de una canción.
––No
he escuchado demasiado de ellos––volvió a agachar la cabeza,
pero al instante se giró y se paró delante de ella, haciéndola
frenar, mirándola directamente a los ojos.––Tengo una propuesta.
Tu me enseñas todos los grupos que conozcas que yo no, y yo te
enseño todos los que conozca pero tu no.––Sonrieron a la vez.
Era el mejor trato que podía existir: asintió con la cabeza y le
dio al play la canción. Mar miró el teléfono, y después juró que
por un instante miró sus labios, para volver a posarse en sus
ojos.––¿Como se llama esta canción?––dijo al cabo de veinte
segundos, con cara de interés. Puso el pie derecho detrás del
izquierdo, escondió las manos detrás de la espalda y ladeó la
cabeza, mientras giraba lentamente sus caderas a un lado y al otro,
impaciente. Ese fue el instante en el que se enamoró. Ese fue el
instante en el que perdió el control de su corazón, y en el que
supo que sus sentimientos ya no tenían vuelta atrás: se sentía
feliz, nerviosa, con ganas de gritar y saltar, con ganas de
abrazarla, susurrarle al oído que nunca jamás volvería a pasarle
nada, y no soltarla nunca.
––Magic.
Se llama Magic––estaba embobada. Ni siquiera recordaba haber
abierto la boca para decirle el nombre de la canción. No podía
dejar de mirarla. No podía apartar la vista de ella, y el como Mar
le miraba le hacía morir de amor, le hacía sentir como si flotase
entre nubes de algodón, como si todos los problemas de su vida
fuesen a solucionarse solo con que ella hablase.––Eres
preciosa––dijo sin pensar, y la joven que le hacía sentir tan
mágica soltó una risa nerviosa mientras le daba un golpe en el
hombro. Vio como se mordía el labio, pero no contestaba, y se sintió
estúpida––Perdón.
––No,
no pidas perdón––volvió a reír, miró a un lado y a otro, se
puso de puntillas agarrándose a sus hombros y se acercó a su
oído––Es solo que yo pensaba lo mismo de ti...––susurró, y
el corazón de S se paró, y no volvió a latir hasta que su Ángel
se separó, se giró y echo a andar.––vamos, quiero llevarte a un
sitio.
––Claro,
adonde quieras...
Echó
a andar tras ella, y se puso rápidamente a su lado. No sabía que
hacer, que decir, se había quedado completamente sin palabras. ¿Como
era posible que existiese alguien tan perfecto? ¿Como alguien podía
hacerle sentir así con una simple mirada o un susurro? Estaba
buscando las respuestas para esas preguntas, sin fijarse en hacía
donde la llevaba y en que habían dejado las carreteras y los
edificios atrás, cuando se pararon. Enfocó la vista y se fijó en
que estaban en una pequeña colina llena de arboles, justo en la
parte más alta, y lo que se podía ver a la perfección era el sol
poniéndose. Se quedó con la boca abierta, y cuando se giró para
ver a su acompañante vio que ella se había sentado en la hierba y
la miraba fijamente: al ver su atontamiento soltó una risotada y
tiró de su pantalón para que se sentase. Se quedaron allí varios
minutos en silencio, Mar mirando el sol, S mirándola a ella.
––Es
el atardecer más bonito que he visto en mi vida––dijo, y la
chica se giró para mirarla, y se rió.
––Pero
si no lo estas mirando, llevas todo el rato mirándome a mi.
––Pues
eso. El atardecer más bonito que he visto en mi vida. En ningún
momento he dicho que lo sea por el sol––sonrió de forma picara,
y la joven se tapó la cara con las manos mientras se echaba a reír,
con las mejillas completamente rojas. Al instante S también se echó
a reír y se puso igual de roja. Se sentía bien, como si la
conociese de toda la vida, como si no pudiese haber secretos ente
ellas, y se sentía extraña. Nunca le había pasado eso con nadie.
––Eres
imbécil––le contestó cuando consiguió dejar de reír,
poniéndose completamente seria mientras la miraba a los ojos, y por
un instante creyó que había metido la pata, pero volvió a sonreír,
se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla que provocó que un
escalofrío recorriese todo su cuerpo.
Pensó
en la película de Peter Pan: La gran aventura, exactamente en la
escena en la que Wendy le da un beso a Peter, y se sintió así.
Tenía ganas de gritar con todas sus fuerzas, y se sentía con
energía suficiente para vencer piratas, mover montañas, derrotar
gigantes o enfrentarse al mismísimo infierno, y sabía que si lo
hacía ganaría porque nada ni nadie podía quitarle su felicidad y
su fuerza de voluntad, y no podrían hacerlo nunca más. Se movió
rápidamente y le devolvió el beso, y ella le dio un abrazo. Era
completamente surrealista pensar que se habían conocido hacía una
semana, que se habían visto dos días y que hacía apenas una hora
que sabían el nombre de la otra. Era como si llevasen siendo amigas
toda la vida, salvo que lo que sentían no era amistad.
––Mañana
tenemos que volver, quiero que toques y cantes para mi aquí, sin
gente, sin ruido. Sin la presión de tener que tocar baladas. Quiero
que cantes lo que quieras––dijo Mar con la seguridad de quien
sabe que le van a responder si sin pensárselo. Eso le hizo sentirse
segura, a gusto. Sabía que a partir de ahora era bastante improbable
que pasase un solo día sin hablar con ella, y mucho menos sin
pensar en ella, y sabía que aquella chica que le había enamorado
solo con existir tampoco lo haría.––y por supuesto tienes que
darme tu numero.
––¿Mañana?––se
miraron y sonrieron mientras cogía el móvil de su compañera y
apuntaba en el su numero de teléfono––esta bien. ¿A las cuatro
y media te viene bien?––Asintió, y se volvieron a quedar en
silencio, sentadas una al lado del otro, mirando como el sol
desaparecía por completo y las estrellas se hacían paso en el
firmamento, mientras sentía que le ardía la mejilla: no podía
sacarse de la cabeza aquel beso, ni podría hacerlo nunca.
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