sábado, 2 de agosto de 2014

Capitulo 2.


Capítulo 2.

––¿Has traído la guitarra?––preguntó sentada en el césped, sin girarse a mírame: había oído los pasos y había supuesto que era yo. Sonreí. Estaba preciosa, como siempre, pues nada podía dejar de hacer que se viese como es. Tenía el pelo recogido en una coleta, y llevaba una chaqueta negra encima de una camiseta azul con rallas blancas. Sus pantalones vaqueros esta vez eran largos, fruto de que habían bajado las temperaturas. Aún así tenía unas piernas preciosas.

––Si. ¿Llevas mucho tiempo esperándome? Hace frío.––Le contesté mientras me quitaba la guitarra de la espalda y me sentaba a su lado, giró la cabeza para mirarme y sonrió a la vez que se encogía de hombros, quitándole importancia a todo. Cogió con cuidado la funda, la abrió y saco con cuidado la vieja Rochester. La miró con detenimiento y asintió, a la vez que me la daba. La cogí, pasé la correa por mi cabeza y me quedé quieta, poniendo la mano izquierda en posición de Sol, y sacando con la derecha la púa de mi bolsillo. Nos quedamos en completo silencio, observando el paisaje.

––Bueno, ¿vas a tocar o no?––me instó dándome un golpe en el hombro y mirándome a los ojos. Jamás nadie me había mirado como lo hacía ella, era hipnótico. Podría haberme pasado horas observándola sin cansarme.

––¿Que quieres que toque?––soltó una carcajada y negó con la cabeza. Acto seguido golpeo con su dedo índice mi corazón.––¿que?

––Que toques lo que quieras, lo que salga de tu corazón––se echó hacía atrás, tumbándose y estirando las piernas, con la cabeza sobre las manos. Tenía las mejillas un poco coloradas, y empezó a evitar mirarme, como si le diese vergüenza lo que acababa de decir. Era la perfección en persona, y tuve que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para no acariciarle el pelo y besar esos labios que parecían tan dulces y suaves.

Me quedé en silencio, mirando a las nubes, preguntándome a mi misma que tocar. Si seguía sus instrucciones de tocar lo que sintiese, sería sin duda una canción de amor, pero me daba miedo. ¿Y si eso la asustaba y salía corriendo? Pero, por otra parte... estaba segura de que se había dado cuenta de como la miraba, si tocaba otra cosa seguramente me pillaría. Puse la mano en la posición de la primera nota de “Remembering sunday”, de All Time Low, pero ella levantó la mano, como adivinando la canción, y me paró.

––No. No cualquier cosa que sientas en tu vida. Lo que sientas ahora mismo––su voz sonó casi como una orden, y se quedó completamente seria, esperando mi reacción.

Tragué saliva, me aclaré la garganta y empecé a tocar y cantar “First Date” de Blink 182. La música fluía de mi garganta y de mi guitarra, como el agua de un río que se llena de agua después de una época de sequía. Me sentía rara cantando aquello, llevaba tantos años acostumbrada a tocar solo baladas, que tocar algo distinto era como despertarse después de una siesta que ha durado una eternidad, se sentía bien, pero sentías todos los músculos entumecidos, intentando recordar como se anda. Y es que realmente no sabía como recordaba aquella canción, llevaba desde los catorce años sin dejarla sonar a través de las cuerdas de mi Rochester, pero no fallé en ninguna nota, ni en el ritmo ni en el compás.

Cuando terminé, todo se quedó en silencio, y me mantuve quieta, esperando su respuesta. Esperaba un “¿O sea que eso es lo que sientes por mi?” o incluso un desalentador “Esto no es una cita, te has confundido.” Pero nunca habría imaginado la respuesta que me dio. Acarició con su mano derecha mi mejilla, me giró la cara y me dio un beso. Fue más dulce de lo que podría haber imaginado. Sus labios eran como pisar el cielo, sabían bien, eran reconfortantes... y me aceleraban el corazón hasta un punto insospechado. Se separó de mi, y sentí el impulso de volver a besarla: no quería separarme de ella. Pero me dio miedo que no estuviese permitido, que se asustase. Agachó la cabeza y miró al suelo, mientras se ponía completamente roja y se mordía el labio. Me reí sin poder evitarlo. Era la cosa más tierna y bonita que había visto nunca, y me sentía la persona más feliz del mundo.

––¿Te hago gracia?––me dijo, como reprochandomelo, pero sonrió enseguida, y hundió la cara en sus manos, se tiró al suelo y rodó un poco, hasta que se volvió a poner boca arriba. Rió, como si no pudiese creerse lo que acababa de hacer. Sus ojos chispeaban con una luz distinta, y la forma dulce e inexplicable con la que me miraba se intensificó, si es que acaso eso era posible.

––No es eso.––dije mientras me tumbaba a su lado y rodeaba su cintura con mi brazo derecho––es que eres lo más hermoso que he visto nunca, y me siento feliz, así que me río.––me sonrojé enseguida, y escondí la cara en la hierba. Ella rió más, sin apartar mi brazo de su cintura.

––Eres idiota.––soltó, y se puso seria al ver que la miraba de reojo, pero al instante volvió a sonreír, se acercó y me plantó un beso en la mejilla que me hizo ponerme aun más roja. 

––Y tu mala, que me pones nerviosa––Me giré hacia ella y fui a devolverle el beso, pero se giró y se lo di en los labios. Esta vez el beso duró más. Se notaba que ella tampoco quería separarse. Jamás nadie me había besado tan bien. Un millón de mariposas empezaron a revolotear por mi estómago, y no pude evitar sonreír mientras la besaba. Me habría encantado que el tiempo se parase justo ahí, o incluso que el mundo se acabase. No quería tener que volver a mi casa: no habría querido ni aunque se hubiese puesto a nevar. Pero, como todo, las cosas acaban. De pronto le sonó el teléfono, y se separó despacio, sonriendo. Se incorporó y se levantó, dejándome sola allí tumbada, y cogió la llamada.

––Tengo que irme––dijo en un susurro cuando volvió, mientras colgaba la llamada. Guardé la guitarra, me la eché a los hombros y me levanté. Se acercó a mi, me agarró por la cintura y me abrazó––lo siento. Mi padre quiere que vuelva ya––Le devolví el abrazo, y nos quedamos allí quietas, en silencio. El simple hecho de abrazarla ya me hacía querer gritar y saltar de felicidad... se estaba tan a gusto. Era completamente como si estuviésemos echas la una para la otra.

Se separó y me cogió de la mano, y fuimos andando hasta donde comenzaba la carretera, y donde se separaban nuestros caminos. Su mano era suave, y me apretaba con fuerza. Ese simple gesto me hacía volar por las nubes. Llegamos a la acera, y me puse a pensar. Su casa estaba hacia la derecha, mientras que la mía estaba hacia la izquierda. Sentí como el corazón me daba un vuelco al pensar en la idea de tener que separarme de ella. Me paré y tire de su brazo, ella cedió y volví a abrazarla, después me dio un pequeño beso, se puso de puntillas y susurró un “te quiero, aunque suene absurdo porque apenas te conozco” a mi oído. Acto seguido se giró y se fue. Me quede completamente quieta, observando como se marchaba, y aún estuve allí varios minutos después de perderla de vista. Cuando volví en mi, saqué el teléfono y le envié un mensaje por whatsapp con un “Yo también te quiero, y aunque suene igual de absurdo, siento como si te conociese de toda la vida”. Esperé unos segundos, y contestó un “es un sentimiento mutuo, espero verte mañana. Mismo sitio, misma hora”. Le contesté un “no faltaría por nada del mundo”, y me puse en marcha para volver a mi casa, inmersa en mis pensamientos, sin poder sacarme de la cabeza aquellos besos y aquellas sonrisas.

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