Capítulo
2.
––¿Has traído
la guitarra?––preguntó sentada en el césped, sin girarse a
mírame: había oído los pasos y había supuesto que era yo. Sonreí.
Estaba preciosa, como siempre, pues nada podía dejar de hacer que se
viese como es. Tenía el pelo recogido en una coleta, y llevaba una
chaqueta negra encima de una camiseta azul con rallas blancas. Sus
pantalones vaqueros esta vez eran largos, fruto de que habían bajado
las temperaturas. Aún así tenía unas piernas preciosas.
––Si. ¿Llevas
mucho tiempo esperándome? Hace frío.––Le contesté mientras me
quitaba la guitarra de la espalda y me sentaba a su lado, giró la
cabeza para mirarme y sonrió a la vez que se encogía de hombros,
quitándole importancia a todo. Cogió con cuidado la funda, la abrió
y saco con cuidado la vieja Rochester. La miró con detenimiento y
asintió, a la vez que me la daba. La cogí, pasé la correa por mi
cabeza y me quedé quieta, poniendo la mano izquierda en posición de
Sol, y sacando con la derecha la púa de mi bolsillo. Nos quedamos en
completo silencio, observando el paisaje.
––Bueno, ¿vas
a tocar o no?––me instó dándome un golpe en el hombro y
mirándome a los ojos. Jamás nadie me había mirado como lo hacía
ella, era hipnótico. Podría haberme pasado horas observándola sin
cansarme.
––¿Que
quieres que toque?––soltó una carcajada y negó con la cabeza.
Acto seguido golpeo con su dedo índice mi corazón.––¿que?
––Que toques
lo que quieras, lo que salga de tu corazón––se echó hacía
atrás, tumbándose y estirando las piernas, con la cabeza sobre las
manos. Tenía las mejillas un poco coloradas, y empezó a evitar
mirarme, como si le diese vergüenza lo que acababa de decir. Era la
perfección en persona, y tuve que hacer uso de toda mi fuerza de
voluntad para no acariciarle el pelo y besar esos labios que parecían
tan dulces y suaves.
Me quedé en
silencio, mirando a las nubes, preguntándome a mi misma que tocar.
Si seguía sus instrucciones de tocar lo que sintiese, sería sin
duda una canción de amor, pero me daba miedo. ¿Y si eso la asustaba
y salía corriendo? Pero, por otra parte... estaba segura de que se
había dado cuenta de como la miraba, si tocaba otra cosa seguramente
me pillaría. Puse la mano en la posición de la primera nota de
“Remembering sunday”, de All Time Low, pero ella levantó la
mano, como adivinando la canción, y me paró.
––No. No
cualquier cosa que sientas en tu vida. Lo que sientas ahora mismo––su
voz sonó casi como una orden, y se quedó completamente seria,
esperando mi reacción.
Tragué saliva, me
aclaré la garganta y empecé a tocar y cantar “First Date” de
Blink 182. La música fluía de mi garganta y de mi guitarra, como el
agua de un río que se llena de agua después de una época de
sequía. Me sentía rara cantando aquello, llevaba tantos años
acostumbrada a tocar solo baladas, que tocar algo distinto era como
despertarse después de una siesta que ha durado una eternidad, se
sentía bien, pero sentías todos los músculos entumecidos,
intentando recordar como se anda. Y es que realmente no sabía como
recordaba aquella canción, llevaba desde los catorce años sin
dejarla sonar a través de las cuerdas de mi Rochester, pero no fallé
en ninguna nota, ni en el ritmo ni en el compás.
Cuando terminé,
todo se quedó en silencio, y me mantuve quieta, esperando su
respuesta. Esperaba un “¿O sea que eso es lo que sientes por mi?”
o incluso un desalentador “Esto no es una cita, te has confundido.”
Pero nunca habría imaginado la respuesta que me dio. Acarició con
su mano derecha mi mejilla, me giró la cara y me dio un beso. Fue
más dulce de lo que podría haber imaginado. Sus labios eran como
pisar el cielo, sabían bien, eran reconfortantes... y me aceleraban
el corazón hasta un punto insospechado. Se separó de mi, y sentí
el impulso de volver a besarla: no quería separarme de ella. Pero me
dio miedo que no estuviese permitido, que se asustase. Agachó la
cabeza y miró al suelo, mientras se ponía completamente roja y se
mordía el labio. Me reí sin poder evitarlo. Era la cosa más tierna
y bonita que había visto nunca, y me sentía la persona más feliz
del mundo.
––¿Te hago
gracia?––me dijo, como reprochandomelo, pero sonrió enseguida, y
hundió la cara en sus manos, se tiró al suelo y rodó un poco,
hasta que se volvió a poner boca arriba. Rió, como si no pudiese
creerse lo que acababa de hacer. Sus ojos chispeaban con una luz
distinta, y la forma dulce e inexplicable con la que me miraba se
intensificó, si es que acaso eso era posible.
––No es
eso.––dije mientras me tumbaba a su lado y rodeaba su cintura con
mi brazo derecho––es que eres lo más hermoso que he visto nunca,
y me siento feliz, así que me río.––me sonrojé enseguida, y
escondí la cara en la hierba. Ella rió más, sin apartar mi brazo
de su cintura.
––Eres
idiota.––soltó, y se puso seria al ver que la miraba de reojo,
pero al instante volvió a sonreír, se acercó y me plantó un beso
en la mejilla que me hizo ponerme aun más roja.
––Y tu mala,
que me pones nerviosa––Me giré hacia ella y fui a devolverle el
beso, pero se giró y se lo di en los labios. Esta vez el beso duró
más. Se notaba que ella tampoco quería separarse. Jamás nadie me
había besado tan bien. Un millón de mariposas empezaron a
revolotear por mi estómago, y no pude evitar sonreír mientras la
besaba. Me habría encantado que el tiempo se parase justo ahí, o
incluso que el mundo se acabase. No quería tener que volver a mi
casa: no habría querido ni aunque se hubiese puesto a nevar. Pero,
como todo, las cosas acaban. De pronto le sonó el teléfono, y se
separó despacio, sonriendo. Se incorporó y se levantó, dejándome
sola allí tumbada, y cogió la llamada.
––Tengo que
irme––dijo en un susurro cuando volvió, mientras colgaba la
llamada. Guardé la guitarra, me la eché a los hombros y me levanté.
Se acercó a mi, me agarró por la cintura y me abrazó––lo
siento. Mi padre quiere que vuelva ya––Le devolví el abrazo, y
nos quedamos allí quietas, en silencio. El simple hecho de abrazarla
ya me hacía querer gritar y saltar de felicidad... se estaba tan a
gusto. Era completamente como si estuviésemos echas la una para la
otra.
Se separó y me
cogió de la mano, y fuimos andando hasta donde comenzaba la
carretera, y donde se separaban nuestros caminos. Su mano era suave,
y me apretaba con fuerza. Ese simple gesto me hacía volar por las
nubes. Llegamos a la acera, y me puse a pensar. Su casa estaba hacia
la derecha, mientras que la mía estaba hacia la izquierda. Sentí
como el corazón me daba un vuelco al pensar en la idea de tener que
separarme de ella. Me paré y tire de su brazo, ella cedió y volví
a abrazarla, después me dio un pequeño beso, se puso de puntillas y
susurró un “te quiero, aunque suene absurdo porque apenas te
conozco” a mi oído. Acto seguido se giró y se fue. Me quede
completamente quieta, observando como se marchaba, y aún estuve allí
varios minutos después de perderla de vista. Cuando volví en mi,
saqué el teléfono y le envié un mensaje por whatsapp con un “Yo
también te quiero, y aunque suene igual de absurdo, siento como si
te conociese de toda la vida”. Esperé unos segundos, y contestó
un “es un sentimiento mutuo, espero verte mañana. Mismo sitio,
misma hora”. Le contesté un “no faltaría por nada del mundo”,
y me puse en marcha para volver a mi casa, inmersa en mis
pensamientos, sin poder sacarme de la cabeza aquellos besos y
aquellas sonrisas.
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