Hola amigos patatunos. Llevo mucho sin escribir y os pido disculpas. Bueno, voy a empezar a publicar a mi blog una novela sencillita que estoy escribiendo, y con "sencillita" me refiero a que es una historia de una sola trama principal, con la que estoy practicando conversaciones, relaciones entre personajes y descripciones. Espero que os guste, os dejo el prólogo :D
Prólogo
Boulevard of Broken Dreams resonaba
por todo el pasillo de la cuarta planta, tocada por un único
instrumento: una guitarra acústica. Segundos después una voz
tímida, al principio en un susurro, después aumentando su volumen,
comenzaba a cantar los primeros versos de la canción de Green Day.
Sonaba distinto, sonaba más dulce, menos dramático, con menos
sentimientos, pues la persona que la cantaba no se sentía en ese
momento identificada con la canción, pero una semana antes si lo
había hecho. Sus dedos acariciaban las cuerdas de la guitarra por el
mástil, danzaban, rápidos, sin dudar: llevaba demasiado tiempo con
aquella canción saliendo de sus manos y su guitarra que era
imposible que se equivocase en alguna nota. La otra mano rasgaba sin
mucha fuerza pero con firmeza las cuerdas por encima de la caja, con
una púa amarilla. Sus ojos marrones estaban fijos en el suelo, pues
se sabía tan de memoria la posición de sus manos que no necesitaba
mirar. Sus labios se movían decididos dándole forma a los sonidos
que su garganta dejaba escapar, clavando a la perfección la melodía
que Billie Joe Armstrong cantaba en su disco favorito. Sonaba
idéntica, pero a la vez distinta. La diferencia estaba en que Billie
se metía en la letra en corazón y mente, y su corazón y su mente
estaban ahora muy lejos, uno encontrado y con dueña, el otro perdido
en un mundo de sueños sobe el futuro. Paró en seco y miró a la
guitarra como si fuese culpa suya que no se sintiese a gusto tocando
aquella canción que había sido un gran apoyo para ella. ¿Que le
había pasado? Era la misma, pero sin embargo, no se sentía como
siempre... no se sentía capaz de tocar y cantar con sentimiento las
baladas que tocaba con su grupo: quería cantar sobre el amor,
gritarle al Universo que su corazón ya no le pertenecía, y que
sabía que debía ser correspondida... una semana. En una semana
había cambiado todo. La había visto el lunes en el parque, y ya no
podía parar de pensar en la comisura de sus labios que se giraban
para mostrar esa sonrisa tan tierna, en sus ojos almendrados que se
habían fijado en los suyos, en su pecho subir y bajar con su
respiración, en su forma de andar... ¡hasta creyó escuchar el
latido de su corazón acelerarse!, pero había sido el propio el que
había oído. Nunca se había sentido así. Había tenido parejas,
bastantes, pero nunca se había sentido con ellas como se sentía
ahora por esa desconocida. “¿Que tipo de guitarra es?” Había
preguntado la joven que le había robado el corazón tras acercarse
rápidamente, refiriéndose a la funda que llevaba colgada a la
espalda. Se había quedado tan sobrecogida por su voz que no pudo
contestar. Era un Ángel, tenía que serlo, nunca jamás había visto
un ser tan bonito y perfecto. La chica la había mirado con
curiosidad, y entonces se había dado cuenta de lo gilipollas que
debía parecer: un poco más y se le habría caído la baba. Le había
contestado que era una Rochester A6, en madera blanca. “No
esta mal, pero te pegaría más algo más country. ¿Tocas en alguna
banda?”. Se interesaba por
ella, le había llamado la atención. Su corazón en ese instante se
le había desbocado...
Salió
de sus pensamientos y se dio cuenta de que su corazón volvía a ir a
mil por hora. La imagen de sus labios se había clavado con fuerza en
lo mas hondo de su corazón, y parecían tan suaves que se moría por
besarlos al menos una vez. El timbre sonó y se dio cuenta de que
llevaba al menos media hora pensando en ella, y su tiempo en el
estudio de prácticas del conservatorio había acabado. Se levantó y
guardó su amada guitarra, su compañera, dentro de la funda. Se la
echó al hombro y salió por la puerta, sin importarle demasiado que
la había dejado abierta: Max, el conserje, iba a echarle la bronca,
pero no le preocupaba. Quería llegar a tiempo a La Balada Triste, el
bar en el que tocaba todos los fines de semana con sus amigos:
esperaba que ella apareciese, pues le había dicho que iría. No
sabía su nombre, no se habían presentado. La había acompañado a
casa y no se había preocupado por como se llamaba, se sentía
estúpida. Se habían pasado los quince minutos del trayecto hablando
de música: Green Day, Linkin Park, Atreyu, Sum 41... no importaba.
Decía un grupo y a aquella muchacha que la volvía loca lo conocía
y le encantaba. Era extraño, era como si hubiesen conectado incluso
antes de verse. Sentía que ya la conocía, pero a la vez sabía que
no era así porque no habría podido olvidarla. Cuando alzó la
mirada y la apartó del suelo se percató de que ya había llegado al
garito, y entró despacio. Últimamente ni siquiera saludaba a
conocidos por la calle porque no se fijaba en que estaban ahí. Las
caras ya no las reconocía, ya no le interesaba la gente, buscaba
entre la multitud, absorta en sus pensamientos, encontrarse de nuevo
esa cara de rasgos finos y piel blanquecina, esa sonrisa celestial
que la hacía sentir feliz, ese pelo negro rizado que le parecía tan
bonito, pero nunca la encontraba. Vivía a cuarenta y cinco minutos
de su casa, en una finca enorme con una vivienda de tres plantas, era
normal que no se la encontrase. No solo estaba lejos, estaba en otro
mundo. Sintió una punzada en el corazón al pensar en eso. ¿Y si no
le permitían que estuviese con ella? Era una cantante de un garito
de la parte pobre de la ciudad, ¿y si no podía alcanzar a su Ángel?
––¡Anda
mira, la desaparecida!––gritó una voz desde el escenario en
cuanto puso un pie en el local. Alzó la vista y se encontró con los
ojos azules de Daniel clavados en ella. Su sonrisa picara indicaba
que estaba preparando ya algo con lo que meterse con ella––¿Donde
te has metido, S? Llevamos sin verte desde el domingo––continuó
tras bajar del escenario, acercarse a ella y pasar el brazo por
encima de sus hombros.––creíamos que te habías fugado con una
estrella de cine que hubieses conocido en tu entrevista del jueves.
––Que
gilipollas que eres, Dani––le contestó con una risa mientras le
daba un empujón para apartarlo y poder subir cómodamente por las
estrechas escaleras del escenario. No, no había conocido a ninguna
estrella de cine en la entrevista que la televisión local le había
hecho, fruto de su reciente y atronador éxito entre la clase media y
baja, pero si que tenía una estrella que le había robado todo su
ser––Es solo que he estado ocupada, ¿vale?
El
chico rubio asintió con firmeza y soltó una carcajada. Sabía que
su amigo le conocía lo suficiente para saber la verdad con solo esas
palabras: estaba enamorada, y esta vez no era un capricho pasajero.
Sacó la guitarra de la funda y la abrazó antes de colgársela al
cuello: era lo único que le quedaba de su madre, que había muerto
dos años atrás en un incendio en la fábrica en la que trabajaba.
Era una guitarra vieja, con la parte de abajo astillada y los
engranajes para afinar algo oxidados, pero no pensaba cambiarla ni
arreglarla: era como su vida, con muchas vivencias, con muchos
recuerdos dolorosos, pero con muchas sonrisas. Se aferró a ese
sentimiento de angustia que le traía el acordarse de su madre, lo
iba a necesitar si quería darle una buena actuación a su público,
que cada vez iba en aumento, deseoso de que aquellos jóvenes
mostrasen en forma de canción sus preocupaciones, su dolor, su
frustración por su situación económica. La Balada Triste no era un
local muy amplio, al menos no como los del barrio alto, pero era el
más grande de la zona. Tenía un escenario a medio metro del suelo
en frente de la puerta, y entre medias estaba todo lleno de mesas de
madera tapadas con manteles de papel blanco con bordes rojos. A la
derecha desde la puerta, la izquierda desde el escenario, estaba la
barra, de caoba, siempre bien encerada, aunque se notaba en los
agujeros que tenía que nunca la habían renovado. Detrás de la
barra, por una puerta que se abría en ambas direcciones, estaba la
pequeña cocina. El sitio tenía solo cuatro trabajadores: cocinero,
barman, un camarero y una camarera. Antiguamente eso había bastado,
pero desde que Souls in the middle, su grupo, tocaba allí, habían
requerido de poner un anuncio para buscar un par de camareros más,
aunque aun nadie había respondido. El dueño del local se estaba
forrando, y les había hecho el fin de semana pasado un contrato
permanente con el que el grupo, que antes tocaba de gratis, ganaría
el veinticinco por ciento de las consumiciones de los clientes. Se
levantó y busco un cable Jag para enchufar su guitarra a la mesa de
mezclas, que a la vez iba conectada a los cuatro amplificadores y a
los dos altavoces de los que estaban provistos el local y el grupo.
Después de un par de pruebas de sonido, ajustar los micrófonos a su
altura y a la de Dani y esperar a que el local se fuese llenando,
empezaron a tocar. Fueron de más alegre a más deprimente, como
hacían de costumbre, liderados por su voz, a la que Daniel
acompañaba en los coros: encajaban a la perfección, y lo sabían
desde que se habían conocido, cuando apenas tenían cinco años y
jugaban a que eran estrellas del rock. Antes de comenzar, le había
pedido un favor a Dani: si aparecía la persona por la que estaba
esperando, quería romper la rutina y cantar una canción de amor, y
el chico no había dudado en decirle que si. Con el resto del grupo
se llevaban genial, pero ellos dos eran como hermanos inseparables:
él la había apoyado cuando su madre murió, y ella le había
apoyado y dado un hogar cuando su padre lo había echado de casa por
ser gay. Eran un dúo perfecto en música y amistad. Iban por la
mitad de Stairway to Hevean cuando se quedó casi sin habla al
abrirse la puerta y reconocer a la figura que entraba. Iba vestida
con unos shorts vaqueros grises, una camiseta negra de The Rolling
Stones cortada de tal forma que se le veía el hombro derecho, unas
deportivas blancas y un gorro gris que le tapaba casi todo el pelo.
Sonrió mientras cantaba. Aquella figura delgada, un poco más bajita
que ella, de facciones suaves y sonrisa tierna, más que ninguna, la
pusieron nerviosa de tal forma que por primera vez en mucho tiempo
tuvo que mirar sus manos para controlar que no se equivocaba. Tocaron
las últimas notas, y el local se quedó un segundo en silencio,
después acudieron los aplausos de la muchedumbre que, de pronto,
había dejado de importarle. Solo podía mirarla a ella.
––¿La
de la camiseta de los Stones?––preguntó Dani en un susurro a su
oreja, y ella asintió sin dudarlo. El joven se giró hacia el resto
de la banda y les hizo un gesto para que se acercasen––S quiere
cantar para una chica, ¿vale tíos? Así que nos salimos del modelo.
I Do, de A Rcoket To The Moon. Hay que clavarla, ¿eh? Nada de meter
la pata. Hoy no, es importante.––Todos asintieron y Dani volvió
a su sitió y entonces habló por el micrófono––Vais a tener que
perdonarnos, amigos, pero nuestra cantante tiene algo que decirle a
alguien que acaba de entrar, así que vamos a salirnos un pelín del
tema y dejar que le cante una canción.
La
gente rió y asintió con la cabeza, entusiasmados, la verdad, por
escucharles tocar algo distinto, y tras ello, los instrumentos
empezaron a hacer sonar aquella canción, y ella, absorta en los ojos
de su Ángel, empezó a cantar aquella dulce canción que describía,
o mejor dicho, sabía que describiría en cuanto volviese a hablar
con ella, sus sentimientos. La chica por la que cantaba no apartó
sus ojos de los de ella, con una sonrisa en los labios, sonrojándose
por momentos, y cuando terminaron, se bajó del escenario para
acercarse a ella.
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Un saludo, patatas.